febrero 15, 2010

El gran engaño del Salinato

Todos conocemos el camino que siguió Salinas para llegar a la presidencia de México en 1988, el mismo que siguieron los presidentes anteriores, aunque en para entonces ya no fue tan fácil. En un principio se dijo que todo se orquestó mediante la famosa caída del sistema, pero se maneja también la versión de que no existió y que es un invento del mismo Salinas, que sirvió para manipular los resultados de la elección. Como sea, logró el fin buscado: el fraude y la llegada al poder.
En el inicio, hablar del Salinato significaba hablar de nuestro país dando el “gran salto” hacia el primer mundo, de su “entrada triunfal” a los mercados internacionales, de la consolidación de la tecnologización y el avance planeado desde gobiernos anteriores. Ésas eran las promesas hechas con palabras rimbombantes, perfectamente planeadas para hacer mella segura y positiva en las conciencias del pueblo. Jamás se habló de las consecuencias de aquellos saltos, entradas y avances y, por lo tanto, no se cuestionó si convenía, si era adecuado; nunca se hizo la aclaración sobre quiénes serian los beneficiarios del plan del gobierno de Salinas.
Se dice que Carlos Salinas ha sido el presidente más preparado y culto que ha tenido nuestro país. Se le veía como un hombre joven, emprendedor, entusiasta, que jugaba al tenis y sonreía en las fotografías oficiales, que vestía jeans y playeras, que sabía mostrarse serio cuando la situación lo ameritaba, pero que se proyectaba simpático y bromistas como un hijo más del pueblo cuando del pueblo se trataba.
No hay duda alguna de su inteligencia, de su excelente sentido económico, de su talento financiero, de su majestuosa facilidad para ganar dinero, crear acuerdos, solucionar querellas. Resulta incuestionable su carisma, su agilidad publicitaria, su facilidad de palabra. Es una pena que halla usado todas sus cualidades con un único objetivo: su beneficio y el de aquellos que al beneficiarlos le retribuyeran el favor con creces.
Investido de la figura presidencial, Salinas dejó atrás la dura soberbia de su antecesor y mentor Miguel de la Madrid, así como los desplantes de empoderamiento de Portillo. Él era más sutil: no tenía que anunciarse omnipotente porque no convenía a la imagen que deseaba proyectar; lo importante no era anunciar su poder sino emplearlo, hacer y deshacer, mover los hilos adecuados y convenientes a sus intereses.
Salinas se mostró como el presidente que cambiaría México: tanto su actitud como su plan de gobierno estaban encaminados a mostrar un corte absoluto con sus predecesores del partido: hombre amable, integrador, conciliador, que sabe lo que hace, que posee las relaciones, carismático, sencillo, uno más de nosotros; todo era una máscara que disfrazaba el empoderamiento absoluto que sentía y ejercería.
En realidad el Salinato no fue más que lo mismo que había sucedido en México con los otros presidentes, sólo que en otro momento, y con otras implicaciones y consecuencias. Significó la consolidación de la implantación del Neoliberalismo que comenzó en el periodo de Echeverría y que continuaron —movidos por la presión de los Estados Unidos— los gobiernos de Portillo y de De la Madrid.
“El pelón”, —como popularmente se le llamaba a Salinas— continuó la línea del poder absoluto fundado en el presidencialismo, acaparó la información y las decisiones que concernían al país, ignoró a sus críticos y detractores con un simple “Ni los veo ni los oigo”, y controló a los medios de información con las mayores concesiones que se han dado en la historia de México, publicidad y autonomía para enriquecerse libremente.
Implementó una política económica perfecta para que el país fuera comprado a pedazos por los ricos y poderosos de capitales nacionales y extranjeros. Abrió las puertas a los monopolios, apoyó la privatización de los bienes nacionales de todas las índoles, incluida la tierra ejidal; en resumen, benefició sólo a aquellos que ya eran ricos.En cuanto al grueso de la población mexicana, implementó paliativos como su tan difundido programa Solidaridad, los cuales sólo sirvieron para crear una pantalla de atención y cuidado por parte del gobierno a los problemas sociales.
Una vez más, México creyó las palabras de su mandatario: entraríamos a la nueva era que vivía el mundo, comandados por un capitán preparado y consciente de las necesidades del país. Otra vez mordimos el anzuelo de la promesa de una bonanza política, económica y social, y tal promesa nos fue suficiente.
De nuevo, al terminar el sexenio, descubrimos el engaño y padecimos las consecuencias de habernos dejado timar. La devaluación, la crisis económica, la crisis política al interior de PRI, el surgimiento de un movimiento armado al sureste del país, la pérdida masiva de empleos, el aumento del IVA al 16%, entre otros, fueron las nuevas causas de indignación, de rabia y de desilusión.
Luego llegaron las noticias de fraudes, asesinatos, malversación de fondos, familiares coludidos con el narco, divorcios millonarios, embrujos vudús, cuentas multimillonarias en Suiza y aparecieron tantas mentiras que una vez tomamos como verdades. La indignación aumentó y la petición de un juicio político al criminal que hundió al país en una de sus peores crisis creció como la hierba.
Los escándalos en los que se vio implicada su familia y la creciente fractura de ilícitos en los que incurrió su gobierno le costaron la renuncia a sus pretensiones laborales internacionales, así como una molestia de los mexicanos que duraría más de una década, obligándolo a mantenerse alejado de la política mexicana y del país.
Sin embargo, el daño del salinismo aún se palpa, aunque cuando se lee sobre su gira por el país, de sus conferencias a empresarios y sus encuentros con los líderes del priismo, es factible reconocer cierto grado de olvido, aun cuando la realidad en que vivimos es, en gran medida, su constructo.
En el supuesto destierro a que se vio condenado, vivió tranquilo, disfrutando de las ganancias de su productivo trabajo en el gobierno mexicano, quizás esperando el momento en que se calmaran las aguas, pero desde la abundancia.
El país, y la enorme mayoría de la población, por el contrario: enfadados, empobrecidos, humillados por las mentiras de un empleado que abusó, como siempre han hecho los presidentes, de su poder.
No debemos olvidar lo que nos hizo Salinas, no debemos permitir que vuelva a tomar un lugar en nuestra política; tal vez es tiempo de asumir nuestra responsabilidad y dejar de creer en palabras, dejar de conformarnos con promesas y sueños. Si él abusó es también porque nosotros le dimos paso a su crimen y si vuelve será porque no le ponemos un freno: aprendamos de nuestra historia y de nuestros errores.

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